martes, 2 de abril de 2013

Del maíz cultural, al maíz científicamente privatizado


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Con este artículo intentamos divulgar una primera entrega de una visión de análisis del tema relacionado con las semillas de maíz, el cual puede ser traspolado para analizar la dominación y peligros que subyacen, para cualquier tipo de semilla que haya o esté siendo trabajada desde las llamadas “instituciones científico-técnicas públicas o privadas”. Además se intenta develar los intereses que condujeron a la erosión de nuestra Agricultura Indocampesina o Campesina por el sistema de producción de la Rockefeller.
Ancestralmente la cultura de nuestros pueblos originarios y los campesinos, lograron y adaptaron las semillas de sus cultivos según sus demandas culturales y condiciones agroecológicas. Semillas y cultivos que tributan al sustento de los pueblos en armonía con el todo. Estos logros intelectuales, nunca han sido propiedad de hombre alguno, por el contrario son patrimonio cultural de todos y más aún, son ofrendas que departen los pueblos. Y lo más importante es que muchos de esos cultivos, frutos o semillas son sagrados, para nuestra cultura originaria. El caso del maíz tiene una connotación cultural muy profunda en los pueblos de la hoy América. Junto con el amaranto, la papa, la yuca, la quinua, no sólo constituyó parte de una importante y diversa base alimenticia (Sanoja, 1997), sino que es valorado con una carga espiritual en nuestra cosmogonía, cosmovisión y cosmovivencia tan importante, que es considerado sagrado, origen del género humano y parte de las deidades. Con el desarrollo de la sociedad eurocéntrica y su industrialización, toda esta estima cultural se ha reducido, materializado, mercantilizado, a un rubro, artículo de consumo, a un bien, una mercancía, un commodities, una materia prima; que ya ni nutre, ni da salud, sino genera ganancias a sus nuevos e ilegítimos propietarios.
Según Vessuri (2003), los Estados Unidos de Norteamérica, entre 1909 y 1919 resolvió la base teórica de la hibridación y los rendimientos de sus maíces estuvieron estancados entre 1920 y 1925, cuando cayeron en franca disminución. Como lo demuestran los datos de Jugenheimer (1959) entre los años 1.934-1.938 el rendimiento del maíz de los Estados Unidos de Norteamérica tuvo un promedio  de 1.400 Kg/Ha (cifra posiblemente sobrestimada, pues incluye estimaciones en equivalencia de granos para el maíz ensilado, forrajero y el maíz comido en pie); mientras los maíces de América del Sur promediaron 1.530 Kg/Ha, destacando Argentina con 1.810 Kg/Ha; Bolivia 3.000 Kg/Ha; Brasil 1.390 Kg/Ha; Perú 1.610 Kg/Ha; Chile y Venezuela 1.380 Kg/Ha. Ante este panorama los administradores del Departamento de Agricultura (USDA) comenzaron a promover el método de la hibridación para aumentar sus rendimientos. En conjunto con National Academy of Sciences-National Research Council (NAS-NRC), organización científica privada “sin fines de lucro”, con domicilio en los Estados Unidos, que trabaja y asesora al Gobierno Federal y la Fundación Rockefeller (organización privada también “sin fines de lucro” hija de la Standard Oil Company, la compañía petrolera norteamericana más grande e importante del entonces), deciden recolectar en nuestros pueblos latinoamericanos (Centro, Sur y Caribe), la mayoría de razas posibles de maíces autóctonos, para mejorarlos genéticamente y tener una amplia base genética para utilizarlos en la hibridación y luego comercializarlos a nivel mundial. Para lograr este fin, en 1.950, bajo el subterfugio de la investigación para “mejorar la producción nacional de maíz de estos pueblos”, se concibe un convenio entre la Fundación Rockefeller y el Ministerio de Agricultura de Colombia. Envían grupos de científicos norteamericanos, quienes con la contratación y colaboración de ministerios, centros de investigación, universidades, investigadores y profesionales nacionales inician la recolección, no solo del material germoplásmico de nuestros maíces, sino además los saberes culturales relacionados con cada raza. Según se desprende del trabajo de Grant y col. (1.963), las colecciones de cada país fueron acompañadas por publicaciones científicas a saber: Races of Maize in Mexico (1.952); Races of Maize in Cuba (1.957); Races of Maize in Colombia (1.957); Races of Maize in Central America (1.957); Races of Maize in Brazil and Other Eastern South American Countries (1.958); Races of Maize in Bolivia (1.960); Races of Maize in the West Indies (1.960); Races of Maize in Chile (1.961); Races of Maize in Perú (1.962); Races of Maize in Ecuador (1.963) y Races of Maize in Venezuela (1.963); comenzando un proceso de apropiación intelectual, que posteriormente culminaría con la patentización industrial; así como una especie de saqueo lícito, donde éstas colecciones (de una gran diversidad de semillas), fueron a nutrir los bancos de germoplasma internacionales. Riccelli (2000) reporta que el 95% de la diversidad genética del maíz, hoy día está “preservada” en 25 bancos de germoplasma alrededor del mundo. Grant y col. (1963) señalan que la NAS-NRC decide establecer tres centros de investigación, en México, Colombia y Brasil, para “continuar las investigaciones en el mejoramiento científico de las semillas de maíz”. El centro de México, se encargaría de los trabajos en México, Centroamérica y el Caribe (incluyendo a Venezuela); Colombia del resto de los países andinos (Colombia, Bolivia, Chile, Perú, Ecuador) y Brasil, los países del sureste de América (Paraguay, Argentina y Uruguay). Este trabajo no sólo consistió en la biopiratería y bioespionaje encubierto, sino que por supuesto incluyó el “entrenamiento de investigadores” para que trabajaran en sus respectivos países, los planes de fitomejoramiento al servicio de la privatización, apropiación y mercantilización de la Fundación Rockefeller. En 1.966 en un convenio entre la Fundación Rockefeller y el gobierno de México, el centro de México se convierte en el Centro Internacional para el Mejoramiento del Maíz y el Trigo (CIMMYT); de allí surgió la Revolución Verde y en 1.970 se le otorga a uno de sus investigadores, Norman Borlaug, el premio nobel de la paz. De modo que se expande a nivel mundial un desarrollo tecnológico para monocultivos, mediante el uso de semillas de maíz mejoradas e híbridas altamente subsidiadas con insumos de origen petrolero. Es decir la actividad investigativa “sin fines de lucro” llevada a cabo por la Fundación Rockefeller, trajo como consecuencia la dependencia agrícola y alimentaria de nuestros países; la entrega de la soberanía genética; un fuerte desgaste de nuestra variabilidad genética; un enorme daño ecológico; la concentración de la gran propiedad de la tierra; un caudal de campesinos desplazados condenados a la pobreza; y la erosión de nuestras endógenas y sustentables culturas Indocampesinas; siendo desplazadas por los sistemas de producción agroempresarial; acrecentando cuantiosamente los negocios y ganancias mundiales de su centro madre, la Standard Oil Company, propiedad de los Rockefeller.
El investigador venezolano San Vicente (2000) describe parte del andamiaje institucional científico logrado por la Rockefeller en estos términos: “…más de 100 científicos procedentes de 40 países forman parte del personal del CIMMYT, el resto está asignado a 16 países en desarrollo, colaborando con alrededor de 100 naciones en todo el mundo. Este personal regional provee un vínculo vital con los colaboradores de los programas nacionales, conduciendo investigaciones conjuntas, facilitando el flujo de dos vías a través del cual, el material genético mejorado fluye desde el CIMMYT hacia los países cooperadores y resultados de las investigaciones fluye desde los países cooperadores hacia el CIMMYT. Además más de 2500 investigadores de todo el mundo han recibido entrenamiento en los programas de capacitación ofrecidos por el Programa de Maíz del CIMMYT. Numerosos científicos venezolanos, tanto del sector oficial como privado, han recibido entrenamiento formal o informal en las instalaciones del CIMMYT, en México o Cali, Colombia. Estos entrenamientos consisten en cursos cortos, visitas cortas, asistencia a congresos y postdoctorados. El CIMMYT trabaja con los ministerios de agricultura de los países en desarrollo así como con sus colegas de los programas nacionales de investigación agrícola y de organizaciones no gubernamentales. El personal del CIMMYT colabora muy de cerca con sus homólogos en numerosos centros científicos de excelencia en el mundo...” (En cursiva nuestro).
Luego, la Fundación Rockefeller impulsa la creación de una red internacional para la investigación agrícola, creándose en 1.971 el Grupo Consultivo para la Investigación Agrícola Internacional (CGIAR); el cual es financiado por la FAO, el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD); con 15 centros de investigación a nivel mundial y más de 8.000 científicos, trabajando en más de 100 países1.
Obviamente uno de estos 15 centros, es el CIMMYT y una de sus directrices estratégicas actuales es el uso de la biotecnología (“técnicas moleculares”) para la obtención de germoplasma resistente a insectos-plagas y tolerantes a sequía.
Como fácilmente se puede apreciar, todo el andamiaje científico-técnico nacional e internacional agrícola está penetrado y diseñado a la férrea medida de los intereses económicos del agronegocio del norte, del sur, del este y oeste. En pocas palabras hay una globalización científico-técnica que trascendió las fronteras ideológicas. Históricamente, hay tres etapas dónde este andamiaje ha prometido resolver el problema del hambre a nivel mundial, a saber: el mejoramiento de variedades; la hibridación y ahora ofertan la transgénesis. Cualquier revolución emancipadora, debe revisar a fondo este andamiaje que acecha por el norte, el sur y el Caribe.
Con el devenir de los años, las semillas de varios cultivos que los pueblos orgullosos y generosos cedieron al “desinteresado investigador extranjero sin fines de lucro, que venía a mejorar la producción para erradicar el hambre”, hoy se encuentran ilegítimamente expatriadas, secuestradas por expertos, apropiadas y privatizadas por patentes, sometiendo a los pueblos que culturalmente las lograron y compartieron. 
C.A.R.I.A.C.O. Colectivo Ampliado para la Restauración e Investigación de Agricultura Campesina y Originaria

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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
Grant, U.; Hatheway, W.; Timothy, D.; Cassalett, C.; Roberts, L. 1963. Races of maize in Venezuela. National Academy of Sciences-National Research Council. Publication 1136. Washington, DC. USA. 91p.
Jugenheimer, R. 1959. Obtención de maíz híbrido y producción de semilla. Cuadernos de Fomento Agropecuario Nº 62. Colección FAO. 395 p.
Riccelli, M. 2000. Fuentes útiles de germoplasma. Mejoramiento genético y biotecnología. En: H. Fontana y C. González (Eds.). El maíz en Venezuela. Fundación Polar. Caracas, Venezuela. pp. 99:105.
Sanoja, M. 1997. Los Hombres de la yuca y el maíz. Un ensayo sobre el origen y desarrollo de los sistemas agrarios en el Nuevo Mundo. Monte Ávila Editores Latinoamericana. Caracas, Venezuela. 230 p.
San Vicente, F. 2000. El CIMMYT y la cooperación internacional en el mejoramiento del maíz. Mejoramiento genético y biotecnología. En: H. Fontana y C. González (Eds.). El maíz en Venezuela. Fundación Polar. Caracas, Venezuela. pp.195:205.
Vessuri, H. 2003. El hombre de maíz de la Argentina: Salomón Horovitz y la investigación en la fitotecnia sudamericana. Centro de Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe. IVIC, Venezuela. Vol 14 (1). En: http://www.ivic.gob.ve/estudio_de_la_ciencia/Enlapublic/documentos/Horovitz.htm
Prof. IDECYT-UNESR- Miembro del C.A.R.I.A.C.O.

SABER qué comemos y TRABAJAR lo que comemos


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El día en que [Venezuela] haya comprendido que saber qué es lo que se come y cómo producirlo es una cuestión de interés público; el día en el que todo el mundo haya comprendido que esta cuestión es infinitamente más importante que los debates parlamentarios o los del consejo municipal, ese día la revolución será un hecho” (Kropotkin P. 1892.  La conquista del pan. Libros de Anarres, 2005. Argentina. Pág. 209)
I
Taylor (1856-1915) concibe “la organización científica del trabajo” al darse cuenta que no bastaba con adueñarse de los medios de producción, porque el conocimiento lo seguían teniendo los creadores-hacedores, por ello ROMPE la producción artesanal y el empoderamiento del artesano de todo el ciclo de producción, e implementa la primera fase de la revolución industrial, el taller con la respectiva división del trabajo: diseñadores y organizadores (técnicos e ingenieros);  tareas manuales, ejecutantes (trabajadores manuales y obreros), y sistematiza el trabajo obrero por medio del traslado a la gerencia de la empresa del conocimiento tradicional que poseían los trabajadores calificados.  Ello con el objetivo de que la gerencia concentrara el monopolio de control del proceso de trabajo, quedando el obrero exento de decidir sobre el proceso de producción.  De esta forma se cumplía el objetivo de la descomposición del trabajo creador-hacedor en sus partes más elementales permitiendo que el empresario se apropie de él para fijar las normas del proceso industrial.   Luego, Ford (1863 - 1943) amplía el taylorismo al fijar a el trabajador y hacerlo repetitivo y monótono (expropiación del conocimiento + expropiación de responsabilidad), aunado a la producción en serie.
El fordismo se agota en la década de los 70 con el desánimo de los obreros y la crisis del petróleo, y giró al toyotismo en los 80, el cual promovió la mayor participación por parte de los obreros en el proceso del trabajo mediante el trabajo en equipo, operando simultáneamente con varias maquinas, e implementando grupos de trabajadores “polifuncionales” y calificados, dando como resultado un aumento en la responsabilidad de los mismos.  Además, implementó el “empleo vitalicio” y los aumentos salariales (unidos al aumento de la productividad),  impulsaron la estructura sindical “cooperativa”; mayor orientación hacia la demanda, buscando innovar dependiendo del consumo y produciendo “justo a tiempo y justo lo necesario” para evitar los stocks de producción, que sería diversa y heterogénea a diferencia del fordismo; y horizontalizó la estructura de la empresa frente a la verticalidad fordista, y trasfirió a terceros gran parte de lo que antes se hacia dentro de la fábrica.  En palabras de M.Parker y J . Slaughter, el ‘toyotismo’ es “una tentativa de los empresarios para controlar no sólo el comportamiento de los obreros en la fábrica, sino también sus sentimientos y sus ideas” (1).  Ejemplo de ello: “Polar es de todos”.
Con el avance de la ciencia y tecnología, llegamos a finales del siglo XX con la deslocalización, transectorización, desconcentración y descentralización del aparato productivo; la profundización de la división internacional del trabajo en el sistema de producción-mundo, en el que cada estado capitalista cumple una función determinada (proveedor de insumos y servicios, de materia prima, industrial, agroexportador, otros.), y a la atomización de la base social obrera con todas y sus luchas y contradicciones internas.
En este escenario del cual no escapa Venezuela, el gobierno nacional lanza en el primer Aló Presidente de este año (nº 376), la Misión saber y trabajo, en la cual estiman generar 400 mil puestos de trabajo anuales de aquí hasta 2018 (3 millones de empleos en total) con el desarrollo de una economía social con base productiva propia.  Todo ello en el monumental y destacado empeño de sentar las bases para pasar del modelo rentista a un nuevo modelo productivo “diferente al capitalista”, tal cual lo plantea el Plan Nacional Simón Bolívar.  Esta Misión incluye un cuatro vértice, -además del sistema de registro, la capacitación y formación de los trabajadores de sus misiones antecesoras, Vuelvan Caras, denominada luego, Ché Guevara-: “un nuevo orden jurídico laboral” (2).  Carlos Lanz,  precisa que contamos con el marco jurídico para el viraje del modelo, y lo muestra en una revisión que realizó sobre las Leyes del Poder Popular como marco para el proceso de cambio en el modo de producción (3), sólo que las leyes no construyen sociedades, las desborda la complejidad humana, el dinamismo del tejido social,  sus tensiones, antagonismos, su caoticidad. 
Confieso que no logro entender el cambio del modelo rentista al productivo, diferente al capitalista, puesto que se basa en el Plan Simón Bolívar 2007-2013, explícito en la profundización del extrativismo y la expansión de las fuerzas productivas para llegar a ser una sociedad industrializada, una “potencia” (Objetivos IV al VII). Coherente con este Plan, la directriz que manifestó el Presidente en su alocución de la Memoria y Cuenta 2012: “la economía venezolana debe crecer este año no menos de un 4 ó 5 % pero que el país necesita hacerlo a un ritmo del 7 % del Producto Interno Bruto”. De manera que continuamos manteniendo el dogma economicista del crecimiento del ‘socialismo real’.  ¿Cómo podríamos seguir creciendo sin destruir los ‘recursos’ finitos?  En otros términos: ¿cómo podríamos seguir creciendo sin destruir nuestros bienes comunes, o sea, sin destruirnos nosotros mismos? (4). Sobra decir, que este plan nacional confronta los Artículos 127 al 129 de la Constitución, Discurso de Venezuela en Copenhagen 2009, Declaración de Cochabamba 2010 de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, entre otros.
Ardua tarea la transformación del modo de producción en un país de imaginario petrolero (con todas sus implicaciones del ser, hacer, tener y estar), y cuya estructura es el gran muro de contención del avance del proceso de cambio prometido, aunado a  la ineficiencia y corruptela congénita del Estado burgués, reconocida sistemáticamente por el Presidente Chávez en todos los mensajes anuales.  ¿Se quedará la Misión saber-trabajo en el marco de aprender un oficio para engranarse en el sistema, como otrora se concibió la creación del Instituto Nacional de Cooperación Educativa (Ince) bajo la concepción del Estado Docente del maestro Prieto Figueroa?  Conjuguemos esfuerzos por sociedades con más autodeterminación, con absoluto respeto por la dignidad humana, y más en armonía con la naturaleza. 
II
Como invitación  para una conversa urgente sobre comprender qué pasa y por qué pasa lo que pasa, vamos a tratar de ilustrar el desarrollo de la división del trabajo, referida anteriormente, tomando la agricultura como ejemplo, y destacamos la agricultura y no otro sistema de producción, porque consideramos esencial dicha actividad, ya que sin alimento, se nos va la vida (5).
Hablaremos en términos de Halloway (6), quien define el ‘hacer’ como un poder, el cual lleva implícito el saber, el imaginario (capacidad de soñar, proyectar), la decisión, ejecución con sus medios de producción en un contexto natural-cultural. Si esto es así, entendemos que ese ‘poder-hacer’, implica esencialmente la unión sociopolítica cultural y económica de la producción de bienes. “Cuando el flujo social del hacer se fractura ese poder-hacer se transforma en su opuesto, en poder-sobre (…) El hacer se ha fragmentado en tanto el “poderoso” concibe pero no ejecuta mientras que los otros ejecutan pero no conciben.  El hacer se rompe en la medida en que los “poderosos” separan lo hecho respecto de los hacedores y se lo apropian.  El flujo social se rompe en la medida en que los “poderosos” se presentan a sí mismos como los hacedores individuales mientras que el resto, simplemente, desaparece de la escena”.  De allí, que el autor plantea que el único eje de dominación del capitalismo, sea la separación de lo hecho  respecto del hacer y la del hacer de los hacedores, a diferencia de otras sociedades de clase (precapitalistas, esclavista, feudales  u otro) donde la relación de poder-sobre fue de naturaleza personal (dominación centrada en el hacedor).
Después de esta introducción, y asumiendo el riesgo de la generalización y la de los saltos históricos, comenzamos diciendo que la agricultura en sus inicios tenía un sentido sagrado (“cultus” del latín), culto a la tierra, donde ésta se respetaba y no podía ser transgredida o dañada, al igual que sus frutos, los alimentos.  Son los Fisiócratas en el siglo XVIII quienes sistematizan la mercantilización de la misma, adversando el pensamiento económico preponderante de riqueza como acumulación de metales preciosos, y conciben la agricultura como la única actividad productiva que proporciona al hombre un excedente de riqueza (beneficio neto), concepción que perfecciona Adam Smith, partiendo del trabajo humano y no de la actividad agraria.  Con Carlos Marx y sus estudios sobre los modos de producción, donde toda ‘cultura’ es un modo o un sistema de ‘tipos de trabajo’, la agricultura pasó a definirse como: ‘trabajo de la tierra’. Y transitamos entonces de lo sagradoa la tierra como factor de producción.
Este devenir de la agricultura de lo sagrado a la “ausencia de lo sagrado” (Jerry Mander), donde dejamos de percibir el alimento como “vida”, podríamos intentar comprenderlo a partir de la separación de lo hecho (alimento) respecto del flujo colectivo del hacer (saber-hacer + medios del hacer + los relacionamientos de ese sistema, cadena o redes de producción agrícola), y de los hacedores (el nosotros colectivo, la gente).   Por ejemplo, en nuestras sociedades originarias no había dominación, tenían el saber y la capacidad de hacer porque eran dueñas de todo el proceso de producción, inclusive alrededor del alimento (lo hecho),  existieron en nuestro país, dos grandes culturas antes de la invasión de los españoles: la agricultura de raíces (vegecultura) y la agricultura de semillas (semicultura). Mario Sanoja (7) en los hombres de la yuca y el maíz, nos muestra la visión histórica y orgánica del desarrollo de la agriculturas durante el período precolombino donde encontró esos dos sistemas agrícolas tecnoeconómicos y sociales, dependiendo de sus estrategias y métodos para la producción que mantuviesen ese grupo social.
En nuestras sociedades originarias, tampoco existían ‘consumidores’, el alimento era un ‘Don’ (8), un regalo, se consideraba una ofensa intercambiarlo. Una vez que les arrebatan los medios de producción y se fractura el flujo colectivo para el hacer, se inicia la subordinación y se congela el saber-hacer pasado de las personas en propiedad de los invasores, en consecuencia, ya no habría saber-hacer presente, y el alimento (‘lo hecho’) pasa a propiedad de Otro. Halloway, señala que  los siervos y esclavos fueron liberados a la sociedad capitalista, de la única manera que podían tener acceso a los medios del hacer (y, por lo tanto a los medios del vivir), “vendiendo su capacidad de hacer (su poder-hacer, transformado ahora en poder-para-trabajar o fuerza-de-trabajo), a aquellos que “poseen” los medios para el hacer”.
Especial mención en este tema merece Aníbal Quijano (9), el cual nos muestra cómo en el proceso de constitución histórica de nuestra América “todas las formas de control y de explotación del trabajo y de control de la producción-apropiación-distribución de productos, fueron articuladas alrededor de la relación capital-salario (en adelante capital) y del mercado mundial”.  La división del trabajo se instituyó sobre la idea de raza, idea que se concibió como “una supuesta diferente estructura biológica que ubicaba a los unos en situación natural de inferioridad respecto de los otros (…) [y] que fue asumida por los conquistadores como el principal elemento constitutivo, fundante, de las relaciones de dominación que la conquista imponía (…)  La formación de relaciones sociales fundadas en dicha idea, produjo en América identidades sociales históricamente nuevas: indios, negros y mestizos y redefinió otras (…) Y en la medida en que las relaciones sociales que estaban configurándose eran relaciones de dominación, tales identidades fueron asociadas a las jerarquías, lugares y roles sociales correspondientes, como constitutivas de ellas”, por ejemplo, el trabajo no pagado o no-asalariado correspondía a las razas inferiores (indios, negros, mestizos) y el pagado era privilegio de los blancos. “Así, ambos elementos, raza y división del trabajo, quedaron estructuralmente asociados y reforzándose mutuamente”.
Al romperse el flujo del hacer se rompe todo: se pierde la cosmovisión del mundo como espacio de vida sin separaciones, de manera que la unidad naturaleza-hombre/mujer, se disipa, al igual que el sistemas de símbolos, rituales, creencias, donde la tierra pasa a ser el medio que debía ‘explotarse’ para obtener alimentos, fibra, madera, viviendas u otro, ello, con devastadoras consecuencias que fueron asumidas desde la Cumbre de la Tierra en 1992, y que 178 países del mundo se comprometieron a solventarlas, -a la fecha sin ningún cambio alentador-. 
La agricultura como actividad humana sagrada se fragmenta, el hacer-agricultura del sujeto-creador, pasa a ser un recurso más del proceso de producción: hará lo que el dueño de los medios del hacer le ordene, o sea, que el soñar, el proyectar-hacer, el decidir, queda anulado, como refiere Halloway: “Esa proyección que distingue a las personas de las abejas ahora está monopolizada por la clase de los medios del hacer”.   El producir, procesar los alimentos y alimentarse se separan, quedando reducida la agricultura a un conjunto de prácticas para producir (trabajo alienado), un flujo del hacer, sin hacedor (creación) y sin lo hecho, y se rompe así, el NOSOTROS colectivo.  Lo hecho, el alimento vida, amor, afecto, ritual, entre otros, deja de ser parte del hacedor, del flujo colectivo del hacer, se convierte en ‘cosa’…, se deshumaniza, pertenece a Otro: “La cosa ahora se yergue allí por sí misma como una mercancía a ser vendida, con su propio valor.  El valor de la mercancía es la declaración de su autonomía respecto del hacer”. ¿Ha escuchado a una niña decir que la leche viene del ‘super’ y no de la vaca que se ordeñó? ¿O que la yuca –esa cosa extraña que usa su mamá-, viene del ‘bicentenario’ y no de un campo de agricultores?  ¿O que la arepa es de la polar?
De modo que plantearse en una sociedad de explotados y explotadores (sociedad de clases) un cambio en el modo de producción, implicaría revertir este desarrollo de la división del trabajo.  No basta con entregar al hacedor los medios de producción (lo evidencia en nuestro país, el caso de la entrega de tierras, agrosoportes, formación, otros), porque no contamos con saber-hacer pasado, ni podremos “descongelarlo”, mientras continúe atomizado el flujo colectivo de producción del hacedor y de lo hecho, y lo hecho de ese “nosotros colectivo”. De manera que corremos el riesgo de profundizar la división del trabajo, con capacitaciones para un oficio, y continuar en el mundo taylorista-fordista-toyotista del modo productivo (10).
Olvidadas las R2  y en año electoral, pareciera una necedad pedir la reflexión-acción sobre la política y la gestión agrícola-alimenticia, su enorme inversión y esfuerzo realizado, y en especial de las últimas Misiones, AgroVenezuela y Saber-trabajo, pero creemos que precisamente por esta coyuntura y nuestra vulnerable situación alimenticia en un ambiente mundial de rebeliones por hambre, ¡es el tiempo! 
La transformación vendrá cuando se rompan las relaciones de poder (dominación), y para ello, es indispensable retomar el poder-hacer, es decir,  reintegrar la unión sociopolítica cultural y económica de la producción local de alimentos como un proyecto VITAL. Kropotkin en Carta dirigida a Lenin el 4 de marzo de 1920, alertando sobre la posibilidad real de una hambruna, le decía (11): “Lo que si es necesario son instituciones locales, fuerzas locales; pero no las hay, por ninguna parte.  En vez de eso, dondequiera que uno voltea la cabeza hay gente que nunca ha sabido nada de la vida real, que está cometiendo los más graves errores por los que se ha pagado un precio de miles de vidas y la ruina de distritos enteros. Sin la participación de fuerzas locales, sin una organización desde abajo de los campesinos y de los trabajadores por ellos mismos, es imposible el construir una nueva vida”.  ¿Tendremos nosotros los sujetos sociopolíticos que sustenten la ruptura con en el modo de producción hegemónico en nuestro país rentista? 

Para finalizar, les dejo una orientación sobre el SABER qué comemos y TRABAJAR lo que comemos (‘poder-hacer’) desde lo local en la experiencia de Andrés Avellaneda (12):

“Iniciar un estudio minucioso de los quehaceres populares alimentarios tanto en el campo como en la ciudad, que sirva de fuente teórica para la construcción de lo constitucional. Por ejemplo cuando vemos qué hace nuestro pueblo desde la resistencia cultural con el arroz (aún cuando es un cultivo introducido), observamos que nuestra gente siembra, cosecha, procesa, pila el arroz para liberarlo de la concha y el producto obtenido, llamado “arroz integral” es lo que consume, de modo que ingiere la mayor cantidad de nutrientes posibles. Aquí están sucintas las enseñanzas para la construcción del enigmático socialismo o de la sociedad más justa:
  • Hay empoderamiento de la gente de los procesos alimenticios
  • Socialización del saber y del hacer
  • Siembran para comer
  • Consumen lo que producen
  • Ingieren para nutrirse
  • No requieren de relaciones mercantiles para comer
  • Se minimizan los efectos de la división social del trabajo
  • Se estimula el ingenio popular en la confección de diversas formas de consumo, presentaciones, almacenamiento, distribución, procesamientos, tecnologías
  • Se desarrolla una red de organización social alrededor de la alimentación
  • Por ningún lado está la intermediación de los grandes agroempresarios privados o sociales
  • No hay dependencia de tecnologías foráneas”

*Docente Fagro-UCV. Correo: polanco.delia@yahoo.es  
NOTAS
(1) Fantín F y JM Nuñez. s/f. ¿Qué es el toyotismo?, [en línea]. Observatorio de conflictos, Argentina. Disponible en: http://www.nodo50.org/observatorio/toyotismo.htm 
(2) El resumen de la Misión saber y trabajo se realizó con base al Aló Presidente referido, y las declaraciones de varios ministros del gobierno nacional (Enma Betancourt, Yadira Córdoba, Maryann Hanson, Ricardo Menéndez y Jorge Arreaza).   
(3) Lanz C. 2012. Modelo Productivo Socialista: articulación del Saber y el Trabajo, [en línea].
15-01-12. Disponible en:
www.aporrea.org/trabajadores/n136895.html 
(4) En la siguiente referencia digital encontrará otros elementos ‘fundamentales’ que comparten la sociedad capitalista y la socialista ‘real’: Polanco-Loaiza D.  2010. ¿Qué sería del capitalismo sin el comunismo? 28-09-2010. Disponible en: http://www.lahaine.org/index.php?p=48259
(5) Desde hace un tiempo venimos repitiendo que la agricultura es vida para la vida (Ver: Polanco Loaiza, D. 2003. Agricultura, vida para la vida. Revista Question. Año 2, nº. 13. Publicación mensual, editada por la Agencia Latinoamericana de Información y Análisis-Dos (alia2). Julio 2003, página 15). 
(6) Halloway J. 2002. Transformar el mundo sin tomar el poder.  1ª edición en lengua española. Ediciones de Intervención cultural/El viejo topo. España.
(7) Sanoja M. (1997).  Los hombres de la yuca y el maíz. Editorial Monte Ávila Editores Latinoamérica, Caracas Venezuela. Pag. 15
(8) Mauss M. 2009.  Ensayo sobre el don.  Forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas. 1ª edición, Katz editores, Madrid 
(9) Quijano A. 2000. Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. En libro: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas. Edgardo Lander (comp.) CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires, Argentina. Julio de 2000. p. 281-348. Disponible en la World Wide Web: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/lander/quijano.rtf  
(10) Interesante revisar la sistematización de la experiencia de la Misión Vuelvan Caras, etapa 2006 donde se intentó la organización en redes ‘productivas’.  En términos cibernéticos podríamos decir que esa etapa intentó ‘des-fragmentar’ el disco duro del hacer. Ver: Millán Campos O. 2012.  La Misión Vuelvan Caras, [en línea]. 13-01-12. Disponible en: www.aporrea.org/misiones/n136805.html
(11) Kropotkin P. Carta a Vladimir Illich Lenin. 4 de marzo de 1920, [en línea]. Disponible en: http://www.marxists.org/espanol/kropotkin/carta1.htm#topp
(12) Avellaneda A. 2009. Ante la hegemonía agroempresarial retomemos nuestros quehaceres alimentarios históricoculturales, [en línea]. 12-03-2009. Disponible en: www.aporrea.org/actualidad/n74117.html